
El karma del "yo"
Si
tu adversario te va a denunciar, llega a un acuerdo con él
lo más pronto posible. Hazlo mientras vayan de camino al
juzgado, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia,
y te echen en la cárcel. Te aseguro que no saldrás
de allí hasta que pagues el último centavo,
(Mateo 5.25-26).
El
término “karma”, ahora popularizado en Occidente,
significa literalmente “acción”. Un principio
de la física señala que toda acción produce
una reacción. Todas nuestras acciones producen unas consecuencias,
que finalmente nos acabarán alcanzando. Así, “karma”
significa las reacciones que se producen por nuestros actos, tanto
a los actos positivos como los negativos. La ley del karma señala
que recibiremos, no sabemos cuándo, lo mismo que dimos.
Pero
Jesús dijo: “Vuelve tu espada a su lugar, que todos
los que manejan espada, a espada morirán”,
(Mateo 26.52).
El
llamado karma incluye las consecuencias de nuestros actos, tanto
positivas como negativas. Ante lo que nos sucede, o ante las circunstancias
adversas que debemos afrontar, tenemos dos opciones: pensar somos
una víctima inocente del destino o de los demás, o
pensar tenemos algo que ver con aquello que ahora debemos afrontar.
Según
la ley del karma, nuestros agresores de hoy fueron nuestras víctimas
en el pasado. Tu adversario eres tú mismo viéndote
desde fuera. Así que uno debe tratar de llegar a un acuerdo
con su karma negativo. En la India antigua se usaba la astrología
o Jyotish, un instrumento que, en manos de mentes iluminadas, prescribía
a la persona los actos que mejor se ajustaban a su dharma (misión
o tarea correctas) en la vida presente, y que podrían contrarrestar
los efectos negativos de sus karmas pasados. Los maestros de realización
divina o gurús podían prescribir mejor que nadie aquellas
acciones que el discípulo debía realizar para saldar
su cuenta negativa; o incluso ellos mismos podían absorber
en sí mismo ese karma negativo por el bien del discípulo.
Tal es el caso de Jesús, quien afirmó que él
debía padecer y morir para que sus discípulos pudieran
recibir el Espíritu Santo, el descenso de la energía
o Shakti transformadora de la Divinidad.
Os
conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, el Consolador no vendrá
a vosotros; y si me voy, os lo enviaré, (Juan 16.7).
Tras
ese descenso los discípulos fueron transformados hasta el
extremo que algunos desarrollaron siddhis o poderes (como el habla
en diferentes lenguas).
Jesús
también absorbió el karma negativo de otras personas
aparte de sus discípulos. Las razones tuvo para ello no las
sabemos - tales actos de un ser divino son impredecibles: o bien
son debidos a karmas pendientes del pasado que sólo la Divinidad
recuerda, o a veces son sólo el resultado de la simple gracia
Divina.
Y
sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre
una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:
“Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”.
Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí:
“Éste blasfema”. Y conociendo Jesús los
pensamientos de ellos, dijo: “¿Por qué pensáis
mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más
fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate
y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene
potestad en la tierra para perdonar pecados” (dijo entonces
al paralítico): “Levántate, toma tu cama, y
vete a tu casa”. Entonces él se levantó y se
fue a su casa, (Mateo 9.2-7).
En
India se distingue entre varios tipos de karmas negativos: algunos
de ellos son fácilmente superables; existen otros cuyos efectos
negativos sólo pueden ser paliados si la persona realiza
un gran y constante esfuerzo (como por ejemplo una enfermedad crónica
que necesita una medicación constante); y por último,
existen otro tipo de karmas cuyos efectos no pueden ser evitados
en modo alguno, formando parte drástica del aprendizaje que
el alma debe experimentar en su presente encarnación.
Pero
la gracia divina es impredecible, y puede vencer todas las limitaciones.
Un cuento tradicional indio narra cómo un yogui avanzado
se encontró en su camino con un matrimonio, que le agasajaron
y le dieron de comer. La mujer le planteó al yogui si podía
interceder por ella, ya que hasta ahora no habían podido
tener hijos. El yogui prometió intentar ayudarles. Esa noche
rezó a Dios por ellos, pero Dios le dijo: “el mal karma
de estar mujer impide que tenga hijos en esta vida, no es posible”.
De modo que el yogui, para no tener que dar malas noticias, se marchó
temprano por la mañana, sin despedirse del matrimonio. Pasaron
algunos años y el yogui volvió a pasar por aquel lugar,
y para su sorpresa, vio que el matrimonio había tenido tres
hijos. Le preguntó a la mujer al respecto, y ella le contó
que, tras su visita, pasó un hombre con fama de santo, y
ella le rogó también que intercediese ante Dios para
que pudiera tener hijos.
Aquella
noche el yogui le preguntó a Dios de nuevo acerca de la mujer
y de su mal karma para tener hijos. “Sí”, dijo
Dios, “su mal karma no hacía posible que pudiera tener
descendencia”. “Entonces”, dijo el yogui, “¿por
qué tuvo hijos cuando se lo pidió al santo?”.
“Bueno”, respondió Dios, “con los santos
nunca se sabe”.
De
ahí la importancia de cultivar la presencia de los santos
o los seres de realización espiritual, tan apreciados en
la India. Cualquier relación con un ser de realización
espiritual es una fuente de bendiciones para aquél que se
aproxima con el respeto debido:
Cualquiera
que recibe a un profeta por tratarse de un profeta, recibirá
recompensa de profeta; y el que recibe a un justo por tratarse de
un justo, recibirá recompensa de justo. Y quien dé
siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por
tratarse de uno de mis discípulos, le aseguro que no perderá
su recompensa, (Mateo 10.41-42).
La
gracia divina, por encima de la inexorable ley del karma, puede
obrar milagros.
El
karma, negativo o positivo, no consiste sólo en las cosas
que “nos pasan”. De hecho, el karma más importante
son las tendencias que existen en nuestra propia personalidad. Algunas
tendencias son positivas, en cuanto a que favorecen nuestro desarrollo
personal y espiritual y nuestra felicidad, y otras son negativas,
ya que nos impiden progresar y finalmente nos causan limitación
y sufrimiento. Por ello nos resulta conveniente erradicar las malas
tendencias y estimular las positivas. O a veces, implantar nuevas
tendencias que nos ayuden a crecer.
Mirra
Alfassa, discípula y colaboradora de Sri Aurobindo, señaló
respecto a lo que consideramos “karma”: “El Divino
no ve las cosas como lo hacen los hombres, y no tiene necesidad
de castigar o de recompensar. Toda acción lleva en sí
misma sus frutos y sus consecuencias. Según la naturaleza
de la acción, ésta te acerca más al Divino
o te aleja de Él, y ésa es la consecuencia suprema”.
Acabar con el “yo”
Todos
tenemos una personalidad humana. Como dijo Buda, el resultado de
todas nuestras vidas anteriores somos nosotros mismos, nuestra vida
actual. Todos tenemos determinadas tendencias mentales y emocionales
propias, arraigadas en nuestro subconsciente. Estas tendencias crean
pensamientos, acciones y hábitos. Hay gente que tiene facilidad
para ganar dinero, gente que tiene facilidad para perderlo, gente
con facilidad para las relaciones, gente amable, gente cruel, etc.
Tenemos
un cuerpo físico, un cuerpo vital y un cuerpo mental, que
son nuestra experiencia diaria, y que debemos aprender a manejar.
O los dominamos o ellos nos dominan; uno maneja un coche y va donde
quiere, o bien el coche toma el control y uno se estrella. Nuestros
patrones subconscientes condicionan nuestro manejo del físico,
del vital y del mental, su grado de salud. Eso es el ego.
Y
lo que se interpone entre nosotros y la experiencia de la divinidad
es nuestro ego. Nuestra mente es la bastión del ego. Debemos
hacernos cargo de ella. Ésta es la práctica espiritual.
La práctica espiritual es el intento de recobrar y revelar
nuestra naturaleza divina, con el resultado de experimentar la felicidad
sin fin que somos. De modo que el yogui debe ser un maestro de sí
mismo, alcanzando el dominio sobre los propios pensamientos y las
propias emociones, en vez de ser dominado por ellas. A propósito
de este ego personal, que se interpone entre nuestra vivencia de
la Divinidad, dijo el maestro Yogananda: “yo maté a
Yogananda hace mucho tiempo”.
Es
difícil cambiar los samskaras, nuestras tendencias mentales
arraigadas en nuestra psique. Hace falta darse cuenta de ellos,
y luego hace falta el esfuerzo para cambiarlos.
Uno
necesita una ayuda externa para ver su ego - aquí entraba
tradicionalmente el papel del gurú. En realidad necesitamos
a los demás, necesitamos al mundo, para que nos hagan de
espejo y nos reflejen nuestra espalda, nuestra sombra, nuestro lado
que no podemos ver.
La
experiencia demuestra que la transformación personal, de
las propias tendencias, es un trabajo lento y laborioso (cuando
realmente sucede). Se puede tardar varias vidas en desarraigar una
tendencia. En primer lugar, porque uno no sabe que la tiene. Aquí
es donde el Satsang, la compañía de personas sabias
o santas, muestra aquí todo su valor; se dice que la breve
compañía de un santo puede transformar una vida. Una
mirada de ellos puede remover años de negatividad o sacar
a la luz lo más precioso dentro de nosotros.
Actualmente
existe en el mercado mucha oferta espiritual disponible ante los
buscadores de la Verdad, pero debemos usar el discernimiento. No
hay avance a menos que uno descubra y transforme sus samskaras.
Nadie regala el avance espiritual, ni a través de mensajes,
revelaciones, lecturas, videos o ceremonias. Hay que hacer ese trabajo
de transmutación personal. Uno no va a cambiar de vida (y
mucho menos cambiar de “plano”) sin cambiar y transformar
su mente. Pensar otra cosa es engañarse.
Un
buen método espiritual es aquél que de alguna forma
te permite ver tu propia mente y tus samskaras y te ofrece métodos
para transformarlos. Eso es acabar con el karma. Mucho del trabajo
del yogui es ir liberándose de las capas externas de su personalidad,
como capas de una cebolla, para acabar descubriendo la perla de
su propio Ser, la Divinidad, sentada en su corazón. Por ello
dijo Jesús:
El
reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando
un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno
de alegría fue y vendió todo lo que tenía y
compró ese campo.
También
se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando
perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió
todo lo que tenía y la compró,
(Mateo 13.44-46).
La
Divinidad es el tesoro escondido en nuestra propia consciencia.
Debemos excavar en ella hasta que el tesoro de nuestra Divinidad
sea revelado. “Vender todo lo que tenía” significa
empezar a dejar partir todos aquellos contenidos internos, hábitos
negativos, recuerdos, ideologías, adicciones y construcciones
mentales que impiden el libre fluir de las “aguas de la Verdad”,
que ocultan la perla de gran precio. La Verdad divina no es algo
estancado y estático como un libro o una ideología,
es una experiencia viva.
Si
alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí
mismo, tomar su cruz y seguirme, (Mateo 16.24).
La
contemplación cristiana, practicada por santos como San Juan
de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, es una forma de realizar
este proceso. En ella los monjes se vuelven “pobres de Espíritu”,
mediante el desapego hacia sensaciones, pensamientos y deseos, y
encontrando al final en su consciencia el gozo divino. El yogui
realiza un proceso similar, pero acelerando la interiorización
mediante el dominio de técnicas que dominan la energía
vital del cuerpo, que es la que controla los procesos cognitivos
y del pensamiento.
En
la contemplación occidental (y en la meditación oriental)
uno renuncia a sus diferentes contenidos mentales en pos de la absorción
en la Divinidad. De este modo la mente es gradualmente disuelta,
conforme son descargados los diferentes samskaras, hasta ir alcanzando
la pureza original:
Si
no cambiáis y os hacéis como los niños, no
entraréis en el Reino de los Cielos, (Mateo 18.3).
Aquéllos
que practican la meditación y se esfuerzan con determinación,
ven como Él mora en su interior. Mas aquéllos que
no son puros de corazón y carecen de Conocimiento, aunque
se esfuerzan, nunca logran verlo, (Bhagavad Gita XV.11).
Volverse
“puro de corazón” es sencillamente desarrollar
más y más la consciencia pura. El conocimiento del
Ser es el Auto-conocimiento, en el que uno se da cuenta, en primer
lugar, de aquello que uno no es; y tarde o temprano acaba dándose
cuenta de lo que realmente es. Esto viene dado por la vivencia de
más y más gozo incondicional, y no por experiencias
temporales de cualquier tipo:
No
será espectacular la llegada del Reino de Dios. Ni se dirá:
helo aquí o allí, porque el Reino de Dios está
dentro de vosotros, (Lucas 17.20-21).
Dice
San Juan de la Cruz:
Aquesta
me guiaba
Más cierto que la luz del mediodía,
Adonde me esperaba
Quien yo bien me sabía
En parte donde nadie parecía, (Noche oscura del
alma, 4).

Copyright 2019©.Se permite la libre reproducción siempre que se cite la fuente.

|