
El vino del gozo interno
Dijo
Jesús a sus discípulos: “Haced una comparación
y decidme a quién me parezco”. Simón Pedro
le dijo: “Te pareces a un ángel justo”. Mateo
le dijo: “Te pareces a un filósofo, a un hombre sabio”.
Tomás le dijo: “Maestro, mi boca es absolutamente
incapaz de decir a quién te pareces”. Jesús
le respondió: “Yo ya no soy tu maestro, puesto que
has bebido y te has emborrachado del manantial del que yo mismo
he bebido”. Luego le tomó consigo, se retiró
y le dijo tres palabras. Cuando Tomás se volvió
al lado de sus compañeros, éstos le preguntaron:
“¿Qué es lo que te ha dicho Jesús?”
Tomás respondió: “Si yo os revelara una sola
palabra de las que me ha dicho, cogeríais piedras y las
arrojaríais sobre mí: entonces saldría fuego
de ellas y os abrasaría”, (Evangelio de
Tomás, versículo 13).
¿Cuál
es el significado de la extraña respuesta de Tomás
a la pregunta de Pedro y Mateo? Sus palabras están teñidas
del característico estilo bíblico: piedras, fuego
abrasador… Parecería que Tomás no quiere comentar
nada de lo que le dijo Jesús.
Desde
el punto de vista del Yoga podría haber una explicación
para todo esto. Cuando uno avanza en el Yoga, cuando uno ha preparado
su cuerpo-mente de forma suficiente, la energía puede elevarse
hacia arriba, a través del centro de la columna, camino del
chakra de la corona: la famosa ascensión de la energía
Kundalini. Con ella el practicante experimenta un gozo embriagador.
Gozo que Tomás cuenta a Jesús que ha experimentado.
Y Jesús, viendo su desarrollo espiritual, le revela –
quizás – técnicas superiores y avanzadas. Técnicas
para las que Pedro y Mateo no están preparados. Cuando Tomás
les dice: “Si yo os revelara una sola palabra de las que me
ha dicho, cogeríais piedras y las arrojaríais sobre
mí”, lo que les está transmitiendo es que ellos
no podrían soportar el gran incremento de energía
que él está experimentando, puesto que su sistema
nervioso no está preparado (y literalmente “se abrasaría”).
En India, tradicionalmente, las técnicas yóguicas
avanzadas, aquellas que suponen una gran activación de la
energía en el interior del discípulo, se enseñaban
personalmente de maestro a discípulo, y nunca de forma pública
e indiscriminada. No podemos decir con certeza si Jesús conocía
o enseñaba unas técnicas yóguicas como éstas,
pero si fuera así, no sería incoherente que no las
hubiese enseñado en público, sino a sus discípulos
más preparados. Hablamos de hace 2.000 años, no de
los tiempos actuales; la gente no estaba preparada.
Jesús
sí que enseñó públicamente acerca de
la rectitud en las obras y acerca del amor, enseñanzas preliminares
que uno debe integrar antes de recibir técnicas yóguicas
avanzadas. Recordemos que el Siddha Patanjali habla de ocho pasos
necesarios para la experiencia yóguica, y los dos primeros
tienen que ver con la actitud recta en el obrar, porque esta rectitud
es la base, el fundamento para luego poder manejar energías
más poderosas sin crear problemas para uno mismo y para los
demás.
La
experiencia espiritual no es una experiencia del intelecto, ni puede
ser alcanzada a través de éste. Más bien hay
que trascender el intelecto y la actividad mental para poder vivenciarla.
El Yoga enseña que el hombre tiene varios cuerpos o envolturas,
cada uno de ellos más sutil que el anterior. Y la envoltura
más elevada se llama “cuerpo de gozo” (anandamaya
kosha); la envoltura mental es más densa y grosera que ella.
¿Qué
palabras, argumentos o razonamientos necesitamos cuando estamos
embriagados por el gozo Divino, el gozo de nuestro Ser Superior?
Pobres de aquellos que atesoran erudición intelectual - o
erudición teológica - sin haber probado nunca una
gota de esta ambrosía: Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas
de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como
niños, (Mateo 11.25).
La
felicidad no necesita justificación; el gozo de la experiencia
espiritual es su propia recompensa. Los maestros no recomiendan
intelectualizar la experiencia espiritual, incluso no hablar siquiera
de ella, porque la mente es un instrumento demasiado grosero para
abarcar algo que la rebasa. Analizar esta experiencia, bajarla hasta
el cuerpo mental, sólo sirve para diluirla. Los grandes místicos
prefieren hablar de sus vivencias con metáforas y términos
poéticos, sabedores de que el corazón entiende y abarca
mucho más que el árido y limitado intelecto, bueno
para la lógica del blanco o del negro, pero negado para captar
los infinitos matices del amor, del humor o de lo Divino.
Cuando
Jesús le dijo a Tomás que él ya no era su maestro,
empezaba a reconocer que Tomás había encontrado su
Fuente interior, la misma fuente de la que Jesús bebía
las “aguas vivas” de la Verdad.
Ése
es el papel del maestro verdadero, del gurú: ayudar a que
el discípulo encuentre al maestro real dentro de sí.
Así queda reflejado en la conversación de Jesús
con la samaritana, ante el pozo de Jacob:
-
Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el
pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa
agua que da vida? ¿Acaso eres tú superior a nuestro
padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él,
sus hijos y su ganado?
- Todo el que beba de este agua volverá a tener sed - respondió
Jesús - pero el que beba del agua que yo le daré,
no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él
ese agua se convertirá en un manantial del que brotará
vida eterna, (Juan 4.11-13).
Krishna
habla de esta fuente interna, usando incluso palabras similares
a las de Jesús:
En
verdad, aquellos que escuchan mis palabras de verdad, con el corazón
abierto, y beben de las Aguas de la Vida Eterna, me son entrañablemente
queridos, (Bhagavad Gita XII.20).
¡Cuán
preciosa y bendita la figura del maestro que puede dar a uno la
experiencia real de beber de tales aguas!

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