
El pecado original: la consciencia perdida en la materia
Y
en medio del jardín puso Dios también el árbol
de la vida, y el árbol del conocimiento del bien y del
mal, Génesis 2.9.
"Puedes
comer del fruto de todos los árboles del jardín,
menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto
de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás",
Génesis 2.16-17.
Todos los seres nacen ya en la ilusión, engañados
por la división dual que produce el sentimiento de deseo
y de repulsa frente a las cosas de este mundo, Bhagavad
Gita, VII.27.
Según narra el Génesis, Dios creó el jardín
del Edén, con todo tipo de "árboles hermosos
que daban frutos buenos para comer": una creación
con todo tipo de experiencias. Y en medio del jardín estaba
el árbol de la vida, cuyo fruto otorgaba la vida eterna,
y el árbol del conocimiento del bien y del mal. La única
condición para disfrutar del paraíso de la Creación
era no comer de éste árbol del "conocimiento
del bien y del mal".
El
árbol de la vida es la propia conexión con la Divinidad,
de la que venimos. Es descrito en el Bhagavad Gita (capítulo
XV), como un árbol cuyas raíces están en
el cielo, y que crece hacia el mundo físico de los sentidos:
1.
Eterno es Asvatta, el árbol de la Transmigración.
En la Morada Suprema están sus raíces, y sus ramas
descienden hacia aquí abajo. Cada hoja de este árbol
es un himno sagrado. El que lo conoce, conoce los Vedas.
2.
Sus ramas se extienden hacia arriba y hacia abajo, recibiendo
la vida de las fuerzas de la naturaleza. Sus brotes son los placeres
sensuales. Y sus raíces se prolongan introduciéndose
en el mundo de los hombres, donde son causa de acciones.
El
árbol de la vida es nuestra propia consciencia, eterna,
sin principio ni fin. Si indagamos de dónde nace, no hallaremos
su origen.
3.
Los hombres no logran entender la naturaleza cambiante de este
árbol, ni saben donde comienza ni donde acaba, ni dónde
están sus raíces.
La
consciencia, nuestro ser, hunde sus raíces en la Divinidad
misma, en la Morada Suprema. Esta Morada Suprema es lo que los
yoguis llaman Sat-Chit-Ananda: Existencia-Consciencia-Gozo.
El gozo no es algo que buscamos, es nuestra propia naturaleza.
El gozo lo confundimos con el placer. El placer proviene de los
sentidos, y surge cuando poseemos algo que nos gusta o evitamos
algo que nos produce aversión; el placer depende de nuestras
circunstancias externas.
El
gozo, en cambio, es incondicional, nace de nuestro interior, independientemente
de las circunstancias y las experiencias que vivamos. En India
se le llama ananda, es el gozo del Ser, el gozo divino.
El gozo que los maestros realizados disfrutan incondicionalmente
y transmiten a aquellos que les rodean.
Todos
hemos experimentado este gozo, esa alegría del alma que
disfrutamos de niños, sin ninguna razón aparente,
sólo por existir, y porque la vida era incondicionalmente
hermosa.
La
consciencia subyugada
Venimos
a este mundo desde la consciencia divina, que nos sostiene, sumergiéndonos
en las experiencias sensuales. La consciencia pura que somos desciende
en la forma, enredándose en el mundo de los sentidos, en
el placer y en el dolor, olvidando su propio origen. Aquí
es cuando comemos la fruta del conocimiento del bien y del mal.
El
conocimiento del bien y del mal es un estado de consciencia inferior
al estado de consciencia divino. Es un estado de consciencia en
el que la experiencia de la creación es tan fuerte que
olvidamos el gozo de nuestro Ser. El mundo activa en nosotros
fuerzas materiales e instintivas tan poderosas que la consciencia
superior queda subyugada por ellas, es arrastrada en la experiencia
sensorial, olvidándose de sí misma.
Dijo
Eva (la shakti o el aspecto energético-sensorial del ser
humano):
“La
serpiente me engañó, y por eso comí del fruto”,
Génesis 3.13.
La
serpiente, la energía instintiva, prevalece sobre la consciencia
superior, arrastrándola al goce instintivo (sexo, comida,
placeres de los sentidos). Las fuerzas primordiales nos arrastran
a buscar el placer y a evitar el dolor de la experiencia sensorial,
que es tan apremiante y radical que nos hace olvidar totalmente
nuestro gozo interno, que una vez tuvimos, y que es la esencia
de nuestro ser.
En
la narración del Génesis de la pérdida del
paraíso vemos un proceso de "animalización"
de Adán y Eva, que se vuelven conscientes de sus órganos
sexuales, de los que se avergüenzan, y acaban cubriéndose
con pieles de animales. Su desnudez divina original es ocultada,
tapada por las capas animales:
Dios
el Señor hizo vestidos con pieles de animales para que
el hombre y su mujer se cubrieran, Génesis
3.21.
No
hay nada inherentemente malo en el disfrute de los sentidos; la
idea era que el ser humano disfrutase de la Creación, pero
no hasta el extremo de olvidar su Ser, de olvidar su fuente de
gozo, su Divinidad innata.
La
pérdida del gozo interno hunde al ser humano en la dualidad,
“el conocimiento del bien y del mal”, persiguiendo
incesantemente el placer y huyendo del dolor, en busca de una
felicidad inalcanzable que sólo el gozo incondicional de
su Ser le puede dar. Ésta es la pérdida de nuestro
paraíso, nuestro jardín del Edén. Ésta
es la condición humana, el “pecado original"
con el que todo ser humano nace.
El
desafío de la condición humana es reencontrar el
camino al Edén, cortando con la espada del discernimiento
las raíces del árbol Asvatta, que se hunden en la
atadura forzosa a la dualidad sensorial:
Los
hombres no logran entender la naturaleza cambiante de este árbol,
ni saben donde comienza ni donde acaba, ni dónde están
sus raíces. Mas el sabio que puede ver, blandiendo
con fuerza la espada de la templanza, va y corta este árbol
de fuertes y profundas raíces, encaminándose así
hacia ese sendero, que recorren aquéllos que nunca han
de volver, Bhagavad Gita XXV.3.

Los
chakras y el árbol de la vida
Los
siete chakras, los centros psico-energéticos que
conocemos en el Yoga, alineados en la columna vertebral, responden
a diferentes estados de consciencia. Cuando están plenamente
activados (como sucede en los seres realizados) emiten vibraciones
divinas. El verso del Gita se refería a ellas como las
hojas de este árbol de la vida:
En
la Morada Suprema están sus raíces, y sus ramas
descienden hacia aquí abajo. Cada hoja de este árbol
es un himno sagrado. El que lo conoce, conoce los Vedas.
Evolucionamos
espiritualmente siguiendo la maldición divina, es decir,
“ganando el pan con el sudor de la frente” (Génesis
3.19), evolucionando a través del sufrimiento en el
mundo de la dualidad. Esta evolución va activando lentamente
los chakras, posibilitando estados superiores de consciencia.
Todos los santos y seres realizados de todas las religiones mostraron
estos estados superiores de consciencia, que incluyen habilidades
y poderes que consideramos milagrosos.
En
el Yoga, a través del control de la energía vital
mediante posturas, meditaciones, mantras, respiraciones, etc.,
favorecemos esta evolución, creando en nosotros un sistema
energético que pueda soportar la alta vibración
de estados de consciencia superiores. Estamos reconstruyendo en
nosotros el árbol de la vida.
Y
después de haber sacado al hombre, puso al este del Edén
unos seres alados, y una espada ardiendo que se revolvía
hacia todas partes, para evitar que nadie llegara al árbol
de la vida, Génesis 3.24.
La
“espada ardiendo que se revolvía hacia todas partes”
es nuestra propia energía vital, dispersa y revuelta hacia
todos lados. En el Yoga aprendemos a concentrar y canalizar esta
energía hacia arriba, hacia nuestros centros superiores
de consciencia. Sabemos que la Morada Suprema del árbol
de la vida está en nuestro chakra de la corona,
en lo alto de la cabeza, e intentamos crear un sistema energético
que permita su activación… no es casualidad que los
santos y sabios de diferentes religiones hayan sido representados
con una aureola en su coronilla.
Un
dicho del Tantra afirma que “lo mismo que nos hace caer,
nos ayuda a levantarnos”… a través de la práctica
yóguica podemos convertir esa espada ardiendo de energía
vital dispersa en una espada concentrada de energía y de
discernimiento, que nos ayude a recobrar nuestro Reino:
Así
pues, destruye con la espada del Conocimiento la duda, nacida
de la ignorancia, que habita en tu corazón. Refúgiate
en el Yoga, y ¡levántate, oh Arjuna!, Bhagavad
Gita IV.42.
¡Levántate,
pues, Arjuna! Ve a conquistar tu gloria, vence a tus enemigos
y goza del reino que te pertenece, Bhagavad Gita XIII.33.