
El soplo del Espíritu: la Fuerza divina
Ahora
voy a enviaros lo que ha prometido mi Padre; pero quedaos en la
ciudad hasta que seáis revestidos con la fuerza de lo Alto,
(Lucas 24.49).
La
“fuerza de lo Alto” es una fuerza Divina que puede descender
sobre nosotros. El gran yogui Sri Aurobindo lo explica muy bien
en sus textos, en los que habla de esta fuerza como la Madre Divina.
En India se llama Shakti o Madre al aspecto energético y
dinámico de Dios, y Shiva o Padre al aspecto estático
o consciencia pura de Dios. La Madre Divina de Sri Aurobindo equivaldría
al Espíritu Santo de Jesús (de hecho, la palabra hebrea
“ruaj”, Espíritu, es de género femenino):
“Esta
influencia (divina) está ahí, encima de ti, y si puedes
llegar a ser consciente de ella, aunque sea sólo una vez,
tienes que llamarla para que descienda hacia ti. Entonces ella desciende
a tu mente y a tu cuerpo como un flujo de Paz, de Luz, de Fuerza
operativa, como Presencia divina con o sin forma, como Gozo. Antes
de haber obtenido esta consciencia, hay que tener fe y aspirar a
abrirse. La aspiración, la invocación, la oración
son formas diferentes de una misma cosa, y todas son eficaces. Puedes
adoptar la forma que se te presente o aquella que te resulte más
fácil”, (The Integral Yoga, Lotus Press, 2003,
Twin Lakes, EEUU, pag. 68).
En
esta cita Sri Aurobindo no está escribiendo sobre metafísica,
sino describiendo una experiencia yóguica que todo el mundo
podría tener. Esta apertura hacia el Espíritu Santo
se realiza en el chakra de la corona, desde donde desciende, desde
“lo Alto”, esta fuerza divina, con diferentes dones:
sabiduría, paz, poder, gozo.
Para
que este descenso se dé hace falta una preparación
por parte del aspirante espiritual, un trabajo de limpieza interna.
Sri Aurobindo, por ejemplo, recomienda la práctica constante
de la aspiración por lo Divino, el rechazo de todos los movimientos
inferiores del propio ego y la entrega en pensamiento y obra a la
Divinidad. La práctica espiritual, que puede ser ésta
u otra, recibe en el Yoga el nombre de “sadhana”. Cuanta
más sadhana practique uno más preparado se encuentra
para aceptar el descenso de la Divinidad y para acogerla en su vida
cotidiana.
Jesús
repitió: ‘¡Paz a vosotros! Como me envió
el Padre, así os envío yo’. Después sopló
sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’,
(Juan 20.21-22).
Leyendo
el Evangelio no parece que los apóstoles, rudos pescadores,
realizasen ninguna sadhana. Más bien fue la gracia de Jesús
la que les permitió recibir y experimentar drásticamente
el descenso sobre ellos de esta Fuerza divina. Ése es el
milagro que puede realizar un maestro realizado, con sólo
su presencia y su vibración puede transformar la vida de
sus discípulos.
Jesús
señaló que él tenía que morir para que
el Espíritu pudiera descender sobre sus apóstoles.
Sacrificó hasta su propia vida por el desarrollo espiritual
de sus discípulos. ¿Cuántos llamados líderes
espirituales pueden hacer tal cosa?:
Pero
os digo la verdad: os conviene que me vaya porque, si no lo hago,
el Consolador no vendrá a vosotros; en cambio, si me voy,
os lo enviaré, (Juan 16.7).
Lo
que podemos destacar es que, independientemente de dogmas, credos
o filiaciones religiosas, esta Fuerza divina está disponible
por igual para todos los seres humanos. Sólo hace falta sadhana
- y quizás una buena guía - para acceder a ella y
experimentar Su bendición.
Así
que yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y encontraréis;
llamad y se os abrirá la puerta. Porque todo el que pide,
recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién
de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará
en cambio una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará
un escorpión? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis
dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más
el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes
se lo pidan!, (Lucas 11.9-13).
¿Quién
puede presumir acaso de tener la exclusiva de Dios? ¿Se pueden
invocar ante Dios derechos de propiedad? El Reino de Dios de Jesús
pasa por encima de instituciones y jerarquías, por encima
de consideraciones sociales, políticas e incluso religiosas,
poniéndose al alcance de cualquiera que desee abrirse a la
Fuerza divina, de cualquiera, no importa su condición, que
esté dispuesto a hacer el esfuerzo de recibirla. Nadie puede
pretender la posesión del Espíritu Santo; la única
opción que uno tiene es la propia entrega a Él:
El
viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras
de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo
el que nace del Espíritu, (Juan 3.8).
La
Gracia Divina no puede ser atada ni poseída por nadie. El
único medio de atraerla es la propia devoción y el
propio amor; un amor que no busque nada a cambio sino la Verdad
Divina misma:
Bienaventurados
los puros de corazón, porque ellos verán a Dios,
(Mateo 5.8).
La
sadhana yóguica es la fragua, el martillo que golpea el hierro
incandescente de la devoción hasta ir eliminando de él
toda la escoria, hasta que uno se convierte en un recipiente duro
y sin fisuras, capaz de recibir las aguas de la Verdad.
¡Oh,
Arjuna, sé tú un Yogui! Porque el auténtico
Yogui va más allá que aquéllos que sólo
siguen el sendero de la austeridad, o de la mera sabiduría
o de la mera acción. Y el más grande de todos los
yoguis es aquél que tiene una fe total e incondicional y
que con toda su alma me ama a Mí, (Bhagavad Gita
VI.46-47).


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